En medio de una crisis de movilidad que no cede en el área metropolitana de Nuevo León, miles de personas enfrentan cada día una lucha extenuante para llegar a sus trabajos y regresar a casa. Las largas filas en las paradas de camiones y los extensos tiempos de espera se han vuelto parte del día a día para quienes dependen del transporte público, un servicio que se ha vuelto cada vez más insuficiente a pesar de las promesas de renovación por parte del Gobierno estatal.
En colonias como Valle de San Blas, en García, Belén Armendáriz debe salir de su hogar antes de las cinco de la mañana para alcanzar el primer camión del día y llegar a tiempo a su trabajo en San Jerónimo. El regreso ocurre hasta las once de la noche, reduciendo sus horas de sueño a apenas cuatro o cinco. Su testimonio es solo uno entre miles que reflejan una realidad en la que los trayectos duran entre cuatro y seis horas diarias.
Esto ocurre mientras la actual administración de Samuel García presume la compra de más de tres mil unidades, la mayoría chinas, con una inversión que supera los 23 mil millones de pesos. Sin embargo, esa inversión no se ha traducido en un mejor servicio para la población.

Crisis de movilidad en Nuevo León, una rutina diaria
Recorrer las calles de la zona metropolitana es suficiente para constatar el deterioro del sistema de transporte urbano. En puntos como la Avenida Universidad, frente a la Clínica 6 en San Nicolás, cientos de personas forman filas en distintos carriles peatonales mientras esperan que llegue un camión que muchas veces ni siquiera se detiene por ir lleno.
En avenidas como Lázaro Cárdenas, Vasconcelos, Gómez Morín y Corregidora, en San Pedro, las aglomeraciones también son visibles. En horario pico —especialmente entre las 17:00 y 20:00 horas— las filas pueden superar fácilmente las cien personas, y no es raro que se tenga que esperar más de una hora para abordar una unidad. Otros puntos críticos son la Expo y el Palacio Federal en Guadalupe, la Y Griega y la Alameda en Monterrey, y la Carretera a Colombia con Avenida Sendero, en Escobedo.
La constante en todos estos sitios es la frustración de quienes dependen del camión para moverse. Personas mayores, estudiantes, trabajadores y madres de familia relatan una misma historia: esperas eternas, rutas eliminadas, y un sistema que parece cada vez más colapsado.
Menos rutas complican la crisis de movilidad
Uno de los factores que ha agravado la crisis de movilidad es la eliminación de rutas. Belén, por ejemplo, relata que antes podía tomar un solo camión directo a su destino. Hoy, debe abordar dos diferentes rutas de la 234, lo que incrementa no solo su tiempo de traslado, sino también su gasto diario. “Nos quitaron muchas rutas”, lamenta.
Como ella, cientos de personas han tenido que reorganizar su rutina diaria para adaptarse a las nuevas condiciones del sistema. Eliminar rutas sin ofrecer alternativas funcionales y de fácil acceso ha forzado a muchos a depender de trasbordos que prolongan aún más el tiempo fuera de casa.
El problema no solo es de disponibilidad, sino de capacidad. A pesar de que el Gobierno asegura haber arrendado más de tres mil camiones, las unidades no cubren la demanda y muchas circulan ya saturadas desde las primeras horas del día.
Millonaria inversión sin resultados visibles
Entre diciembre de 2021 y junio de 2025, el Gobierno de Samuel García ha destinado más de 23 mil 665 millones de pesos para el arrendamiento de camiones, la mayoría de ellos provenientes de China. Esta cifra fue difundida por la propia administración como una muestra del esfuerzo por renovar el transporte público. Sin embargo, los testimonios ciudadanos indican que dicha inversión no ha tenido el impacto prometido.
“¿Dónde están los camiones, Samuel?”, cuestionó Joel Rocha mientras esperaba una unidad en la esquina de Rufino Tamayo y Lázaro Cárdenas. Como muchos otros, se muestra desconcertado ante una estrategia gubernamental que parece desconectada de las necesidades reales de la población.
El contraste entre la propaganda oficial y la realidad que viven los usuarios ha generado creciente inconformidad. La gente no solo debe sacrificar horas de sueño, sino también su tiempo de convivencia familiar y su salud física y emocional, al estar sometidos a un sistema agotador que no muestra señales de mejora tangible.
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